martes, 27 de mayo de 2008

SoNrÍe Y lA vIdA tE sOnReIrÁ***

Lo veía todos los días al ir al trabajo. Estaba ahí, medio tumbado medio sentado sobre un cartón, apoyado en la pared al lado de la puerta trasera de una panadería de la gran ciudad. No sé describir lo que mi cabeza pensaba cuando pasaba a su lado; yo con mi portátil, trajeada, yendo a trabajar en una oficina del mejor periódico de la ciudad; él, con ropas sucias y rotas, una manta que seguramente habría recogido de un contenedor o habría robado, un cartón de vino y restos del pan sobrante de la panadería. Parecía increíble que, en una misma ciudad, hubiera tanta diferencia entre la vida de una persona y otra.

Al día siguiente, me desperté con el ruido de la tormenta. Desde siempre me han asustado los relámpagos y los truenos. Cuando era pequeña, solía meterme en la cama de mis padres acurrucada entre ellos; sólo así conseguía dormirme. Pero ahora es diferente: vivo sola, por lo que cuando me desvelo opto por prepararme con tranquilidad, tomar un buen desayuno y bajar a la calle a vagabundear bajo mi gran paraguas de marca.

Cuando bajé a la calle, hice el mismo recorrido de siempre. Había decidido ir un poco antes a la oficina y así adelantar algo de trabajo. Cuando pasé por la boca de ese callejón, como siempre, miré hacia donde suponía que estaba él. Pero no era así. No estaba. Supuse que algún buen hombre le habría dado cobijo al haberle visto bajo la lluvia sin ningún techo bajo el que cubrirse. Sin embargo, algo me decía que no era así. “Ya no queda gente buena, Carlota. Es como los príncipes azules, ¡se están extinguiendo!”. Estas palabras de mi abuela vinieron a mi mente de repente y, como si algo me empujara, me adentré en el callejón. Ya no tenía miedo ni a la lluvia ni a posibles delincuentes que se decía que frecuentaban esa zona. Algo me decía que él seguía ahí. “Al fin y al cabo, no tiene a dónde ir”, pensé. Pasé un contenedor pensando en darme la vuelta sin haber conseguido mi objetivo cuando le vi. Estaba en una esquina, arrinconado entre cajas de cartón y agarrando la manta como si se la fuesen a arrebatar en cualquier momento. Seguía lloviendo a mares. Cuando me vio se asustó, pero el frío y el tembleque le impedían moverse. Me quedé ahí, un momento, parada frente a él. Pensé que lo mejor sería decirle algo, pero… ¿el qué?

- Eh… ¡Hola! – qué estúpida. Pero no se me ocurría otra cosa…

Él permaneció ahí, impasible. No sabía si porque no me había entendido o porque tenía miedo o el frío le impedía siquiera abrir la boca. De cualquier manera, opté por utilizar un lenguaje universal: le sonreí. Él me devolvió la sonrisa, una sonrisa desdentada pero simpática. De pronto, sentí una enorme curiosidad por conocerle, saber su nombre, su edad, y, sobre todo, qué le había pasado para llegar a esa situación. Le tendí mi mano. Su sonrisa se convirtió en una especie de mueca que transmitía preocupación. Sólo me bastó otra sonrisa para que cogiera mi mano y saliera de esa “cabaña” de cajas de cartón. Reconozco que al principio, cuando se levantó, me desagradó la idea de agarrarle, puesto que el hedor que desprendía y la suciedad que, desde ahí, podía observar, me forzaban a guardar las distancias. Sin embargo, mi conciencia me impedía dejarlo ahí, abandonado, mirando para otro lado como hacían los demás. Yo no quería ser como esa gente que hacía como si no lo viera, siempre me había sentido de alguna manera diferente y, por una vez, quería ayudar a alguien que sabía que me necesitaba. Así que le ofrecí un hueco debajo de mi paraguas de marca. Le llevé a desayunar a un bar cercano donde acudía con tanta frecuencia que el camarero, un joven con “rastas”, ya me conocía. Cuando entré con mi “nuevo amigo”, me miró con cara de extrañado, pero sabía cómo era, y tan educado como siempre, nos sirvió. Le pregunté por su nombre, tratando de ser lo más cortés posible, y, sin molestarse, me contestó que se llamaba Ramón, pero que hacía muchos años que nadie le llamaba por su nombre. Poco a poco, y con la ayuda de mis sonrisas, Ramón cogió confianza en mí, y me contó que su padre murió de sobredosis cuando su madre estaba embarazada de él, y ésta, una vez nació Ramón, desapareció “misteriosamente”. No hacía mucho que se había enterado de que se había encontrado su cadáver. Él, hijo único, fue a parar a un centro de niños huérfanos, pero, una vez cumplidos los 18, no tuvo más remedio que ir a trabajar a la ciudad. Le iba genial en una fábrica de automóviles hasta que fue cerrada porque el gobierno descubrió que traficaban con drogas. Sonreía mientras decía que la suerte nunca le había sonreído. Trató de buscar otro trabajo pero esa fábrica había creado una mancha imborrable en su currículum. Además, poco a poco fue descuidando su aspecto, tuvo que vender su pequeño pisito en el centro para conseguir algo de comer, y su imagen se volvió la que en ese momento veía. No le había quedado otro remedio. Le animé a cambiar su aspecto y buscar un trabajo, al menos para tener algo para llevarse a la boca. Luego ya buscaría un techo, pero poco a poco podría conseguirlo. Estaba desanimado. No creía en la vida. De todas maneras, le di algo de dinero para que fuera a la peluquería y le invité a que se duchara en mi casa. No sé por qué razón Ramón me inspiraba confianza. Sin embargo, rechazó mi oferta.

Miré el pequeño reloj de plata de mi muñeca y, al darme cuenta de lo tarde que era, me despedí de él. Le dije que volvería a visitarle a su callejón. Fuera seguía lloviendo. A las dos horas de haber llegado a mi oficina, comencé a sentirme mal. No paraba de estornudar y me mareaba continuamente. Mi jefa me dio la baja por mi mala cara: tenía gripe. Este mal tiempo había acabado con mis defensas. Fui a casa en taxi, me metí en la cama y no pisé la calle en 3 días. El jueves, por fin, fui a trabajar a primera hora de la mañana, para ponerme al día, no sin antes pasar por el callejón para visitar a Ramón. Sin embargo, cuando llegué no le vi por ningún lado. Me puse en lo peor, ¿qué le podría haber pasado? Nerviosa, llamé a la puerta trasera de la panadería junto a la que se “alojaba” Ramón por si sabían algo de su paradero. Me abrieron lentamente, como si tuvieran miedo. Lo primero que vi fueron unas zapatillas deportivas algo sucias, luego un pantalón rojo que supuse que era el uniforme de la panadería y una chaqueta roja con rayas verdes con la serigrafía de la panadería. Una pequeña cabeza asomó por la puerta, ¡era Ramón! Sonrió al verme, me dijo que se había extrañado mucho de no verme; él también se había puesto en lo peor, por lo que había decidido seguir mis consejos. Con mi dinero, había ido a la peluquería y se había comprado algo de ropa. También se había armado de valor y había ido a la panadería para pedir trabajo de repartidor a domicilio. Le habían dado la oportunidad, y le iba muy bien. No cobraba demasiado, pero el panadero le había prestado una habitación de su casa hasta que encontrara un alojamiento. No dejaba de sonreír. La suerte, por fin, también le sonreía. Ya no desagradaba acercarse a él. Me agradeció todos los consejos dados. Según él, le había hecho renacer en cierta manera. Se despidió de mí, diciendo que tenía que empezar su “curro diario”. Nos reímos y nos dimos un fuerte abrazo.

Le vi alejarse calle abajo, en una vieja bicicleta con bolsas en un gran cesto detrás del sillín. Había conseguido salir de ese bache según él “sin salida”. Ya tenía la vida que merecía. Sonreí al pensar que mi sonrisa había ayudado a ello. De pronto, volvió su cabeza y me gritó:

- Carlota, ¡sonríe y la vida te sonreirá!



domingo, 25 de mayo de 2008

What I wanted***

Nelly Furtado - What I wanted



I turned my head away
Didn't wanna hear what you said
You had changed your mind

I showed up insecure
But I thought you would be sure
I guess I had a lost sight

But at the end of my life
I'll look back on my life
I'll know that my life was good
At the end of my life
I'll look back on my life
See I went after you like I should
I went after what I wanted
I went after what I wanted
And I never really got it
But it doesn't matter at all

I guess it was a lot
To ask for these things we'd lost
I guess it was just a dream

And time changes many things
But my heart it still sings
For you, I don't know why

But at the end of my life
I'll look back on my life
and I'll know that my life was good
At the end of my life
I'll look back on my life
See I went after you like I should
I went after what I wanted
I went after what I wanted
And I never really got it
But it doesn't matter at all

I thought I'd spend my last days
Holding your hand
Now all of my senses lie here dead on the floor

But at the end of my life
I'll look back on my life
and I'll know that my life was good
At the end of my life
I'll look back on my life
See I went after you like I should
I went after what I wanted
I went after what I wanted
And I never really got it
But it doesn't matter at all

Everything else I lost it
I went after what I wanted
I went after what I wanted
And the rest don't really matter
It doesn't matter at all

...tikat...

lunes, 12 de mayo de 2008

From the window...just say goodbye...



Era uno de los pocos viajes que África acostumbraba a hacer. Era un lugar no muy lejano, y, sin embargo, era suficiente para despedirte de tu rutina y empezar desde cero. ¿Era ese su sueño? Decir adiós a todo y empezar de nuevo. No. Le asustaba la idea de haber desperdiciado dieciocho años. Empezar de nuevo. Volver a nacer. No era eso lo que quería. Ella quería una continuación, asumiendo lo aprendido hasta ahora, afrontándolo y teniéndolo en cuenta en esa nueva vida.

Su viaje empezó en el autobús. África miraba por la ventana, veía pasar las luces de la ciudad, la lluvia caía, los coches parecían seguirse en un viaje sin fin, la gente corría de aquí para allá, tapándose con sus paraguas como si la lluvia les impidiera llegar a su destino… Todo parecían señales. Señales de que esa vida nueva le esperaba. Diría adiós a todo lo que no le gustaba. Daría la bienvenida a todo eso que siempre había querido.

Ojalá todo fuera tan fácil.

La cobardía le podía. Era incapaz de despedirse de lo que era, al fin y al cabo, su vida. A pesar de que pensaba que no tenía nada ni a nadie, se dio cuenta de que, si se marchaba, se tenía que despedir de mucha gente. Fue eso precisamente lo que le hizo volver, a pesar de lo malo de la situación.

Dicen que no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes…

“Todo lo que quiero es que las cosas salgan como yo quiera…”

Arianna Puello – Todo