martes, 22 de abril de 2008

*Hipnosis*

Me dijo que mirara fijamente la punta del lápiz que agarraba con la mano derecha. Solía hacer caso de sus órdenes, puesto que sus servicios siempre me eran de gran ayuda. A pesar de no conocerle apenas, sabía que era un profesional de confianza. Estaba un poco nerviosa, por lo que el proceso de hipnosis fue más lento de lo habitual. Primero noté un pequeño mareo, luego un cansancio casi insoportable... y el resto no puedo recordarlo.

Me dijo que me imaginara un parque guiado por una gran muralla. La muralla, antigua y seguramente reformada poco antes, servía de mirador de parte de la belleza de la ciudad, entre otras cosas una hermosa catedral, vista en la lejanía. Paseando por ese parque sentí esa tranquilidad que le había pedido que me transmitiera, tranquilidad que apenas se veía molestada por el tráfico de la ciudad. Sin embargo, incluso esos coches, en ese hermoso paraje, transmitían esa paz que todo el mundo necesita en sus estresadas vidas. A pesar de los paseantes, sentía que estaba sola con los bancos, la hierba, los árboles de numerosas especies… De pronto vi una estatua de lo que parecía un hombre. Observé que había varias por todo el paseo. Mi curiosidad me animó a acercarme a leer de quién era la estatua y qué hacía ahí. Descubrí que una era de un tal Pablo Sarasate, violinista pamplonés muy conocido, otro de Sancho el Mayor, rey de Pamplona, y, por último, de Juan Huarte de San Juan, médico y filósofo navarro del siglo XVII.

Este parque era como un lugar de culto a la tranquilidad en medio del caos de una ciudad. Supuse que se trataba de Pamplona, debido a las estatuas de personajes insignes de la capital navarra. Sentía tanta curiosidad por saber el nombre de ese parque que recorrí la muralla para comprobar si era capaz de descubrir alguna pista.

- Vuelves en tres, dos, uno – me dijo - .

La sesión había finalizado. Le pregunté por qué en esa ocasión me había llevado a aquel maravilloso lugar. Contestó que él no podía saber a dónde había viajado, pero quizás ese lugar al que yo había acudido había significado algo para mí en algún momento de mi vida, y por eso mi mente había querido volver.

Salí a la calle sintiéndome tranquila, por lo que había conseguido lo que pretendía al acudir a la consulta del hipnotizador. Sin embargo, me sentía incompleta. No lograba recordar si había estado anteriormente en ese parque pamplonés. Sólo podía descubrirlo de una manera: volviendo a él. Por lo tanto, me planté ahí cuanto antes, para comprobar por qué razón mi mente había acudido a ese parque pamplonés.

Describí mi “visión” a algún paseante, para que me acercara al fin de mi “aventura”. Sólo nombrando la estatua en honor a Pablo Sarasate sabían perfectamente que me refería al parque de la Media Luna. Me guiaron hasta él, y sentí la sensación de estar cerca de lo que buscaba. Nada más llegar pude observar que predominaba el color verde, un verde brillante en la hierba y en los árboles de numerosas especies que completaban la zona. Advertí la existencia de una cafetería en el centro del parque, justo al lado de un estanque, datos que no habían aparecido en el proceso hipnótico. Seguí mi camino, y me acerqué a la estatua del famoso violinista pamplonés, sencilla pero bella. Quería curiosear el porqué de su importancia para los navarros, así que la miré detenidamente. Al dar la vuelta a la estatua, comprobé que había una fuente; la misma fuente en la que tenía una fotografía enmarcada en mi habitación, fotografía desgastada por el paso de los años, y en la que aparezco con tres años de edad. Había conseguido saber por qué había acudido a ese lugar en la hipnosis, era esa fuente la que recordaba, y a mi madre sacándome la fotografía en aquellos años en lo que todo parecía tan fácil.

Me senté en la hierba y decidí permanecer mirando aquella fuente.

- Vuelves en tres, dos, uno…

¿Había formado todo parte de la hipnosis?






miércoles, 9 de abril de 2008

***Run away...***

Y comenzó a correr. Creía que así se conseguía huir de los problemas. Años más tarde aprendería que una sólo puede olvidarse de los problemas afrontándolos y, en la medida de lo posible, solucionándolos. Sin embargo, para darse cuenta de eso, África tuvo que atravesar muchas aventuras y desventuras. Por eso, decidió correr, huyendo así no sólo de los malos momentos de su vida, sino también de los buenos. Ella estaba convencida de que dejaba atrás las discusiones, las frustraciones, las angustias, el dolor…pero en ese momento no se acordaba de que también dejaba atrás la amistad, la belleza, la risa, el orgullo, el amor… Por eso, no dejaba de correr. No dejaba de huir. No dejaba de ser cobarde. Pero, ¿acaso no somos todos unos cobardes? ¿Acaso no hemos huido alguna vez de algún problema? ¿Acaso hemos preferido tragarnos nuestro orgullo a afrontar ciertas situaciones? Y lo que es peor, ¿acaso no hemos querido todos cambiar de vida de pronto? Decir adiós a la rutina y escapar… qué gran sueño…



Tikat...